viernes, 22 de julio de 2011

127 Olvidado

Hace una semana ya del nacimiento de nuestra hija. Desde que volvimos a casa, prácticamente nos hemos dedicado a una vida monástica, sin apenas salir más que para hacer algunas gestiones del papeleo propio del nacimiento o un intento de probar el carrito.
Menos mal que tenemos perro y pasearlo por las mañanas me pone en contacto con el sol, el aire fresco y alguna brizna de naturaleza, pero sigo hechando en falta más actividad física, o tiempo para leer y escribir, o también mayor contacto con mi mujer, sentir que estamos juntos, que estoy a su lado, que le importo y reconoce lo que hago. Apenas tenemos tiempo para hablar; no vemos la tele; no paseamos; casi ni nos besamos o nos abrazamos, por no hablar del sexo. Parece que me espera una larga y aburrida cuarentena. ¡Sólo espero que no se convierta en costumbre y acabemos en la tediosa y aburrida vida marital de la que todos los hombres se quejan!.
Así, quizá también para mantenerme ocupado en estos días de descanso, me paso el día limpiando, cocinando, cambiando a la niña, durmiéndola en mis brazos o tratando de hacer que saque los eructos o los gases que se cuelan en su cuerpo, y también voy sintiendo cómo el sueño me va persiguiendo y pesando a lo largo de los días. Ella está claro que debe ser el centro de nuestas vidas, pero yo también quiero que reconozcan que existo, que aunque haya otras prioridades, estoy aquí. Quizá entro así en la lucha propia de las amas de casa, que tras dedicarse integramente las labores del hogar, de algún modo almenos esperan el reconocimiento del marido.
Sí, hay muchas cosas bonitas y maravillosas en la paternidad, pero no todo es de color de rosa. Quizá se deba al trabajo personal que cada uno ha venido a desarrollar en esta vida, en la que por encima de todo, hay que vencer el ego, librarse de los apegos y cultivar el amor hacia los demás.

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